Pincher Martin by William Golding

Pincher Martin by William Golding

autor:William Golding [Golding, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1956-01-01T05:00:00+00:00


* * *

Movió su cabeza como si estuviera sacudiendo agua de su pelo.

—Bajé acá en busca de algo.

Pero no había nada; sólo algas y roca y agua. Fue hasta el León Rojo, recogió algunos de los mejillones que le habían sobrado en la mañana y subió por la Calle Principal hasta el Mirador. Sentándose junto al Pigmeo centelleante, abrió los moluscos. Comió haciendo pausas prolongadas entre cada bocado. Cuando hubo terminado el último, se acostó.

—¡Dios mío!

No eran distintos a los mejillones de ayer, pero sabían a descomposición.

—Puede que los haya dejado demasiado tiempo al sol.

Pero entre las mareas están durante horas suspendidos al sol.

—¿Cuántos días he estado acá?

Pensó con desesperación; después hizo tres rasguños en la roca con su cortaplumas.

—No debo dejar pasar inadvertido nada que pueda reforzar mi personalidad. Debo tomar decisiones y llevarlas a cabo. Le he puesto una cabeza plateada al Pigmeo. He resuelto no caer en la tentación de investigar, dentro del pozo de agua. ¿A que distancia estará el horizonte? ¿A cinco millas? Me sería posible divisar una cofa para vigías a diez millas. Puedo hacer que me vean a través de un círculo de veinte millas de diámetro. Eso no está mal. En este sitio el Atlántico tiene unas dos mil millas de ancho. Veinte en dos mil hacen cien.

Arrodillándose, midió una raya de diez pulgadas de largo más o menos.

—Eso es igual a una décima de pulgada.

Colocó la hoja de su cortaplumas sobre la línea a dos pulgadas del final, y rotó el mango hasta que se hizo una marca blanca en la roca gris. Inclinándose hacia atrás, y descansando sobre los talones miró su diagrama.

—Un barco realmente grande me podría ver a quince millas de distancia.

Volvió a poner la punta del cortaplumas sobre la marca y la giró hasta agrandarla. Siguió raspando hasta que la marca tuvo el tamaño de una pequeña moneda. Le puso su pie encima y con su media de mar frotó hasta que la marca tomó un color grisáceo, como si hubiera estado allí desde que la roca fuera formada.

—Hoy me van a rescatar.

Incorporándose, miró la cara plateada desde donde el sol todavía se reflejaba. En su mente trazó unas líneas entre el sol y la piedra, proyectándolas aquí y allá por todo el horizonte. Se acercó al Pigmeo y le miró la cabeza para ver. Si lograba ver la imagen de su propia cara. El reflejo dio contra sus ojos. Se sacudió enderezándose.

—¡En el aire! ¡Qué estúpido he sido! Los aviones de trasporte deben utilizar este sitio para verificar su rumbo, como también los comandos de costa que buscan submarinos.

Con su mano formó un embudo contra sus ojos y girando lentamente miró hacia el cielo. El aire era de un azul intenso, interrumpido sólo por el sol que brillaba sobre la inmensa extensión de los Mares del Sur. Soltó las manos rápidamente y comenzó a caminar de punta a punta del Mirador.

—Un día para meditar.

El Pigmeo era de utilidad sólo para los barcos, pues éstos estarían en acecho de alguna silueta.



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